--Spanish below--
August 2020. Somewhere in South Spain.
I like to travel by train, and today I felt the thrill of settling into those homes on wheels that train wagons are. I have always thought that traveling is an adventure, and I couldn't imagine that today I would have a mini version of one.
When I enter the train wagon, I scan Terminator-style variables such as "seat location", "window or aisle", "seat centered in middle of window or end of window", "curtain hiding the view“, "possibility of children nearby ”, “potential for inhalation of nearby bathroom vapors ”… until suddenly, in the center of my forehead inward the image of my ideal seat appears, its silhouette blinking red. I have found it.
That happened to me today: my ideal place, window-centered seat, folding computer table, no one around, light entering obliquely at the optimal degree and intensity ... perfect to alternate work with the pleasure of traveling with the chuuuu-chuuuu on the train.
My ideal site was short-lived.
10 minutes after leaving the station the train stops. A disturbing-looking ticket collector comes to announce that we have to go back, because the train is running on two engines instead of the four it needs.
"It's good that it's not an airplane" - I think.
As in a deja-vú in which I even think walking backwards, I see myself again on the train platform, swarming like the rest of travelers. The disturbing ticket collector announces that a bus will arrive in half an hour and will take us to our destinations. The half hour becomes a full hour in which we all swarm there like in the last episode of Lost.
When the bus arrives, three concepts appear in my mind: strip-club, Las Vegas and post-fascist Spain: red lights on the ceiling, feeling of being in a can without shock absorbers and the smell of dust from the seventies.
The fact that the driver, a certainly nervous man, tells me that it is the first time that he has done that route, that he does not know where we are going and asks me (me!, who doesn’t even have a driving license) how to get there, along with the disturbing ticket collector’s comment “As long as we arrive…” does not help to create a so-called reassuring atmosphere.
As soon as the bus starts, I see myself all Harry Pottery, making a compressed night journey between dark villages, narrow roads and even narrower curves. The lady of a couple sitting on the front seats begins to speak verbosely. Later I find out that she does it when she is very nervous. I would be too if my eyes were capturing first hand the flourishes that the driver makes in the darkness of the narrow curves.
There are certain moments of life when everything you have invested in meditating, staying centered, yoga, psychoanalysis and healing your inner child finally pays off. Driving in a cabaret bus at night, with shock absorbers as painful as the curves of the road, a driver who does not stop nervously repeating that it is the first time he has done that route, the lady of the couple who talk about the difference between ham and loin while the comment of the disturbing reviewer (“As long as we arrive…”) still swarms over our consciences is one of those moments….
And the only thing I think is that I'm going to die on a bus with so little style ...
After confirming several times to the driver with my best reassuring GPS voice that I get off at Almonaster village, I see Almonaster village passing by on my right, finally rejoicing at the idea of spending time in such a beautiful village until my cousin picks me up. Almonaster continues to pass by to my right, passing by, passing by, passing by even more ... until we pass it completely ... my rejoicing smile still painted on my face, is frozen when the bus stops and its lights illuminate some dry bushes next to an old station, a dark place in the middle of nowhere.
"Almonaster"? I ask with high pitch voice the girl who is getting off also, waiting for her to say no.
“Yes" she tells me as as a matter-of-factly.
Someone is waiting for her. But not to me.
I decide to leave the bus, feeling like Gary Cooper in High noon.
Before the door of the bus closes, I see the forced smile of the disturbing ticket collector who does not hide a powerful shade of concern and says goodbye as if it was the last time he will see of me….And maybe it will.
The lights on the bus fade and I stand there, like Harry Potter again, desolated and without even an owl to keep me company. There are bats, though, and I think with relief that at least there are no vultures.
I take a photograph of the site and post it on Facebook to make it easier to locate my body. And I comfort myself by listening to the crickets while I visualize where the killer psychopath is going to arrive.
The person arriving is my cousin though. My Terminator-style mind seems to be useful for more than just choosing train seats, since my strategic position behind some bushes allows me to avoid the headlights of the vehicle and perceive visual information from the side that offers me an optimal angle for facial recognition.
Don't ask me how I know this: I was surprised too.
In the end I have survived this trip, now I have to survive ontologically and emotionally for a few days with two of my sisters.
That, however, is another adventure.
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Travesía épica
Agosto 2020. En algún lugar del Sur de España
Me gusta viajar en tren, y hoy he sentido la emoción de acomodarme en esos hogares con ruedas que son los vagones de tren. Siempre he pensado que viajar es una aventura, y ni me podía imaginar que hoy tendría una en versión mini.
Cuando entro en un vagón de tren, voy escaneando a lo Terminator variables como “localización de asiento”, “ventana o pasillo”, “asiento centrado en ventana o en extremo de ventana”, “cortina cortapaisajes”, “posibilidad de niños en las cercanías”, “potencialidad de inhalación de vapores de baño cercano”…hasta que de repente, en el centro de mi frente hacia adentro aparece la imagen de mi sitio ideal, su silueta parpadeando en rojo. La he encontrado.
Eso me pasó hoy: mi sitio ideal, asiento centrado en ventana, mesa plegable para ordenador, nadie alrededor, luz entrando oblicuamente en el grado óptimo…perfecto para alternar trabajo con el gusto que da viajar con el chachachá del tren.
Mi sitio ideal duró poco.
10 minutos después de salir de la estación el tren se para. Viene un revisor de aspecto inquietante para anunciar que lo mismo tenemos que volver, porque el tren está funcionando con dos motores en vez de con los cuatro que necesita.
“Es bueno que no sea un avión”- pienso.
Como en un deja-vú en el que hasta creo que voy andando de espaldas, me veo de nuevo en el andén, pululando como el resto de expectantes viajantes. El inquietante revisor anuncia que un bus llegará en media hora y nos llevará a nuestros destinos. La media hora se convierte en una hora en la que todos pululamos por allí como en el último capitulo de Lost.
Cuando aparece el bus, tres conceptos aparecen en mi mente: strip-club, Las Vegas y transición española: luces rojas en el techo, sensación de estar metida en una lata sin amortiguadores y olor a polvo de los setenta (me refiero a las partículas).
El hecho de que el conductor, un hombre ciertamente nervioso, me diga que es la primera vez que hace esa ruta, que no sabe a dónde vamos y me pregunta a mí (que ni tengo carnet) que cómo se llega, junto con el inquietante comentario del inquietante revisor (“Lo importante es que lleguemos”) no ayuda a crear una atmósfera lo que se dice tranquilizadora.
Apenas arranca el bus, me veo a lo Harry Potter, haciendo una travesía nocturna comprimida entre pueblos oscuros, carreteras estrechas y curvas aún más. La señora de una pareja que se ha sentado delante comienza a hablar verborréicamente. Luego me entero de que lo hace cuando está muy nerviosa. Yo también lo estaría si mis ojos estuvieran captando en primer plano las florituras que hace el conductor en la oscuridad de las estrechas curvas.
En ciertos momentos de la vida todo lo que has invertido en meditar, mantenerte centrada y serena, yoga, psicoanálisis y sanación de tu niño interior por fin da sus frutos. Ir en un bus cabaretero de noche cerrada, con amortiguadores tan penosos como estrechas las curvas de la carretera, un conductor que no para de repetir nerviosamente que es la primera vez que hace esa ruta , la señora de la pareja que habla sin parar sobre la diferencia entre jamón y lomo mientras el comentario del inquietante revisor (“lo importante es que lleguemos”) aún pulula sobre nuestras consciencias es uno de esos momentos….
Y lo único que yo pienso es que voy a morir en un bus con tan poco estilo…
Tras confirmar varias veces al conductor con mi mejor voz de GPS tranquilizador que me bajo en Almonaster, veo pasar Almonaster a mi derecha, regocijándome papalmente en la idea de hacer tiempo en tan bonita villa hasta que mi primo me recoja. Almonaster sigue pasando a mi derecha, pasando, pasando, pasando aún mas… hasta que la pasamos del todo…mi sonrisa papal aún pintada en mi rostro, se invierte cuando el bus se para y sus luces iluminan unos matojos secos junto a una estación de tren abandonada en medio de la nada.
- “Almonaster”? Pregunto a la chica que se está bajando con un hilo de voz, esperando que me diga que no .
- “Sí” me dice como si aquello fuera normal. Alguien la espera a ella. Pero no a mí.
Termino de descender del bus como Gary Cooper en Sólo ante el peligro.
Antes de que se cierre la puerta del bus, veo la sonrisa forzada del inquietante revisor que no oculta un potente matiz de preocupación y se despide de mí como para siempre. Como para siempre siempre.
Las luces del bus se alejan y me quedo allí, como Harry Potter de nuevo, desolada y sin ni siquiera un búho que me acompañe. Hay murciélagos, eso sí, y pienso con alivio que no hay buitres.
Tomo una fotografía del sitio y la cuelgo en Facebook para que resulte más fácil localizar mi cadáver. Y me consuelo escuchando a los grillos mientras visualizo por dónde va a llegar el psicópata asesino.
El que llega es mi primo. Mi mente Terminator al parecer sirve para algo más que para elegir asientos de tren, puesto que mi posición estratégica tras unos matojos me permite evitar las luces frontales del vehículo y percibir lateralmente información visual que me ofrece un optimo ángulo para reconocimiento facial.
No me preguntéis cómo sé esto: yo también me he sorprendido.
Al final he sobrevivido a este viaje, ahora me queda sobrevivir ontológica y anímicamente unos días con dos de mis hermanas.
Esa, sin embargo, es otra aventura.
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